martes, 16 de septiembre de 2014

Capítulo I De Ruta... Anécdotas de un camionero

 Capítulo 1

La Vocación 

Desde que tengo uso de razón quise ser camionero, bueno... para ser sincero también quería ser policía, bombero, militar y astronauta. La vida y mi curiosidad me llevaron desde temprana edad a tener una relación estrecha con el mundo del camión y con todo lo que tuviese ruedas. 

En la actualidad tengo treinta y seis años de edad y quince años de experiencia profesional. He conducido  casi cualquier cosa que tenga ruedas y gaste combustible. Durante este tiempo he recorrido más de  tres millones y medio de Kilómetros y he viajado por muchos países y provincias de la Comunidad Europea. Pero la primera vez que intenté arrancar un trailer me cagué encima, literalmente hablando y de verdad de la buena. 



Tendría nueve años cuando aquello sucedió y no era la primera vez que viajaba, ya que todos los veranos aprovechaba cualquier oportunidad para irme de viaje con mi tío Cristobal en su camión. 

Él tenía un camión rígido con una cuba y su padre, el tío José, un tractor marca Ebro.  Aun recuerdo que había que dar unos golpecitos con una piedra en una parte del motor para que arrancara. 
No se imaginan con qué cariño recuerdo todo esto. 
Mi abuela me preparaba una taleguilla con la merienda y ahí iba Juanillo, (así me llamaban entonces) de ayudante de camionero o tractorista, daba igual. Eran viajes muy cortos y de no más de tres horas, pero para mí eran una verdadera aventura y muchas veces me dejaban el control del volante donde no había peligro.   
En esta ocasión iba con Fernando, la segunda pareja de mi madre. Era un hombre que daba miedo tanto por su físico como por su carácter, todo el mundo le respetaba y le guardaba el aire. (Este si era el típico camionero grande, gordo y que fumaba puros) 
Aunque eso no fue impedimento para hacer  muchos viajes con él desde bien pequeño, es más, fue él quien verdaderamente me enseñó a conducir. 
Volvíamos de Santander y ya habíamos estacionado el trailer cisterna en el antiguo parking de Madrid “Esteban Rivas” situado en la Avenida de los Poblados. A no más de 15 minutos de nuestra casa, en la calle Cristo de la Victoria. 
Estábamos en el bar del parking tomando algo con otro chofer amigo de Fernando, cuando cayó en que se había olvidado la bolsa de la ropa sucia. Como era interesante lo que hablaban se le ocurrió que yo fuera a por la bolsa. Así que me dio las llaves y las instrucciones para abrir y cerrar correctamente.    
El camión estaba cerca, prácticamente a cincuenta metros y no había ningún peligro. Eso debió pensar. 
Bien mandado y todo contento, allí iba Juanillo a por la bolsa. Abrí el camión, subí a la cabina, cogí la bolsa y me quedé mirando los mandos del camión. Mire las llaves, mire la bolsa y volví a mirar los mandos. Tiré la bolsa a la litera y comencé a probar llaves en la cerradura del arranque hasta que una entro sin esfuerzo. Intenté arrancar, pero saltó el bloqueo y la llave no giraba. Después de varios intentos desistí y fui a sacar la llave pero para sorpresa mía tampoco salía. 
Me comenzó a subir una especie de agobio muy desagradable por todo el cuerpo y comencé a sentir mucho calor. La había liado parda pensaba yo. “Como no pueda sacar la llave verás”. Si se entera Fernando me mata.
Algunos Choferes pasaban y se quedaban mirando y eso me hacia sentir aún peor. Me imagino que desde el suelo sería pintoresco observar a un niño trasteando con el arranque. Tanto que varios me preguntaron si tenía algún problema y  si estaba solo. 
Yo, cuando me hablaban soltaba las llaves como si quemaran y decía que estaba esperando a Fernando. Cuando se iban intentaba con todas mis fuerzas sacar la llave pero no había manera. Además estaba comenzando a pasar mucho tiempo y sabía que tenía que actuar rápido. 
Tengo que decir a mi favor que me venía cagando (hablando mal y pronto) desde Santander, yo creo... y en esos momentos estaba usando todas mis fuerzas para sacar las llaves, cuando un grito tosco me congeló por completo. 
-¡Juan! ¿Qué haces?-
Trague saliba y dije con voz super tímida. -Nada... Que se me ha quedado metida la llave... la he ido a apoyar y se ha quedado dentro-. 
Solo escuche un enorme -¡Me Cago en Dios! ¡Baja pabajo!-. Dijo más cosas pero no las recuerdo.
No se si fue antes, durante o después pero me cagué. Y no un poquito, bien cagao. Yo, por aquellos entonces estreñía bastante y comencé a sentir un peso muy desagradable en los calzoncillos.  
Encima, bajé con la mejilla preparada para una buena galleta, que gracias a Dios no recibí. 
Fernando se subió, agarro con fuerza el volante y jugó un poco con la dirección a la vez que movía la llave. Joder con qué facilidad la sacó. 
Él no dejaba de lanzar toda clase de improperios pero aún así me explico que yo no podía sacar la llave por que se había activado el bloqueo de seguridad. 
Aprendí como se quitaba el bloqueo pero interiormente no tenía ganas de volver a probar en mucho tiempo. 
Joder, que mal lo estaba pasando y encima todo cagado  cualquiera decía algo, yo ya no era un niño, me sentía mayor. 
El problema empeoró aún más cuando Fernando bajo. Me dijo que Ibamos a coger un taxi para llegar a casa.   
De ninguna manera nos íbamos a montar en un taxi, pensaba yo. Echo mucha peste. Yo procuraba distanciarme al máximo y rápidamente comencé a ponerle pegas a la idea. Le dije que estábamos cerca de casa. Él me miro extrañado y aún le sorprendió más que no me acabara el batido que me esperaba en el bar, pero le pareció buena idea irnos ya. Así que comenzamos a caminar. 
A los pocos pasos me di cuenta que había sido peor el remedio que la enfermedad. Aquello que pesaba en mis calzoncillos comenzaba a moverse y a escurrirse por mis nalgas. 
Fernando se tiró todo el viaje de camino a casa diciéndome que apretara el paso, pero yo no podía. Si aceleraba era peor. 
Al llegar a casa, salude sin acercarme a mi Madre  y mis hermanas.  Me fui al baño, me quite la ropa  y me metí como un rayo en la bañera. No sin antes tapar aquel desaguisado con la camiseta. 
A mi madre le extraño que yo me metiese en la bañera por mi cuenta, ya que por aquel entonces no me gustaba nada el baño. Así que le dijo mi hermana que echara un ojo a ver si me pasaba algo. 
La pobre de mi hermana entro con su mejor sonrisa a preguntarme por el viaje y  como vio que estaba feliz  en la bañera llena de espuma,  sólo  cogió la ropa.  
Al levantarla y pringarse las manos y sobre todo después de mirárselas comenzó a dar arcadas y casi acaba vomitando. Se descubrió todo el pastel, nunca mejor dicho. 
 Qué vergüenza pasé por Dios. 
En mi familia esta anécdota siempre se cuenta y nos reímos un montón. Pero entonces, aquel día, yo no me reí nada y mi hermana Ana menos.

Con cariño para tí Churrete. ;-)        

   "LA LIMITACIÓN MÁS GRANDE DEL SER HUMANO RESIDE EN SU PROPIA MENTE."